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SUSCRIBITEEn Uruguay, la enfermedad celíaca impacta a uno de cada 100 personas, pero muchas aún no fueron diagnosticadas. El desafío va más allá de la alimentación.
Muchas veces, la celiaquía se reduce a "no poder comer pan", la realidad es mucho más compleja. Se trata de una enfermedad autoinmune que obliga a llevar una dieta estricta sin gluten, y cualquier descuido, incluso unas migas, puede causar daño intestinal.
Sol Cardani, diagnosticada de adulta, asegura que lo más difícil fue lo social: "Las salidas espontáneas son casi imposibles. Siempre hay que planificar: dónde vas, si hay opciones, si tenés que llevar tu comida". El cansancio mental y la frustración por tener que organizar cada aspecto de la vida en función de la dieta son moneda corriente.
La pediatra Valentina Mastandrea, también celíaca, destaca que la mayoría de los alimentos típicos uruguayos —pan, fideos, milanesas— contienen gluten. “Si en un restaurante fríen papas en aceite donde hicieron milanesas, ya no lo podemos comer”, explica.
Para madres como María Noel y Carolina, el diagnóstico en sus hijas cambió la rutina por completo. “No podés improvisar. Si no llevás el táper, no hay opción”, dice Carolina. Las cantinas escolares no cuentan con menús seguros para celíacos y muchas veces los niños sufren burlas o exclusión en cumpleaños y actividades sociales.
Cardani cuenta que tuvo que insistir para que le hicieran los estudios, pese a los antecedentes familiares. “El diagnóstico tardó y eso empeora la calidad de vida”, advierte Mastandrea, quien además insiste en que no se trata de una moda ni de una simple intolerancia.
El primer instituto gastronómico 100% libre de gluten, impulsado por Sol y su madre, es una muestra de que es posible generar espacios seguros. Pero aún queda mucho por hacer: desde capacitar a restaurantes y colegios hasta mejorar el acceso a alimentos seguros.
La celiaquía no se ve, pero se siente. Y en muchos casos, se vive en soledad. La empatía y la información son claves para hacer de lo cotidiano algo más inclusivo.
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