País puntero en desalinización, Israel se plantea un nuevo desafío casi bíblico: bombear sus excedentes de agua marina desalada para rellenar el legendario mar de Galilea, seco por el cambio climático y la sobreexplotación.
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Las lluvias irregulares, el sofocante calor veraniego y los trasvases abusivos de agua han drenado este lago de agua dulce, situado a 200 metros bajo el nivel del mar, que ha servido durante décadas de reserva acuífera para el país hebreo.
Ahora, Israel quiere invertir la tendencia en este lago mítico donde, según la tradición bíblica, Jesús caminó sobre las aguas y multiplicó los panes.
El proyecto cuenta con usar una compleja red de canalizaciones, túneles y estaciones de bombeo instaladas en los años 1960.
Según Noam Halfon, investigador de los servicios meteorológicos israelíes, la temperatura ha aumentado en dos grados Celsius en las últimas dos décadas que, sumado a un incremento de los episodios de sequía entre 2014 y 2018, ha contribuido a secar el mar de Galilea, también llamado lago de Tiberíades.
"Y algunos modelos predicen que tendremos menos precipitaciones en general, una bajada del 10 al 15% a partir de la segunda mitad del siglo XXI", indica Halfon.
El boom demográfico incrementa la presión sobre este acuífero estratégico. "La población se duplica cada 30 años. Sin este proyecto (de rellenar el lago), la situación será terrible", dice a AFP.
En las verdes colinas del norte de Israel, operarios cavan zanjas para enterrar los kilómetros de canalizaciones que unirán el lago con las gigantescas plantas desalinizadoras.
"Cuando el agua circule por la canalización aportando el excedente de las plantas de desalinización en el centro (de Israel), podremos elevar el nivel del lago de Tiberíades, que se convertirá en una reserva operativa", celebra Ziv Cohen, ingeniero de la compañía nacional de agua de Israel, Mekorot, que supervisa parte de las obras.
El proyecto presupuestado en 1.000 millones de séquel (290 millones de euros, 310 millones de dólares) permitirá de ahora a finales de año invertir la tendencia y revivir de algún modo esta antigua presa natural.
Para llegar hasta aquí, Israel ha tenido que invertir masivamente en los últimos años en tecnologías de desalinización, una experiencia usada después en las negociaciones para normalizar las relaciones con los países árabes de la región enfrentados a la misma carencia de agua.
"En el espacio de 15 años, Israel ha pasado de ser un país deficitario en agua a ser un país en estado de abundancia, lo que es fenomenal", dice David Muhlgay, director general de la sociedad Omis Water, que explota una planta desalinizadora en Hadera.
El complejo transforma 137 millones de metros cúbicos de agua salada en agua potable cada año, lo que supone un 16% del agua potable de todo el país. Y su capacidad puede alcanzar los 160 millones de metros cúbicos anuales, asegura Muhlgay.
Pero para desalinizar el agua, la fábrica construida a orillas del Mediterráneo necesita una cantidad colosal de energía. Como la producción hidroeléctrica y nuclear israelí no basta para satisfacer esta demanda, el país cuenta con centrales de carbón y gas, algunas situadas a dos pasos de la planta de Omis Water.
"Actualmente, no me puede abastecer con energía renovable", admite Muhlgay, consciente de las contradicciones de adaptarse a la crisis climática con una desalinización a expensas de un fuerte gasto energético.
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