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Tomatina en Buñol

29 de agosto de 2012 - 00:00

Cerca de 40.000 jóvenes procedentes de todo el mundo libraron hoy en Buñol, al este de España, la célebre batalla de la Tomatina, una fiesta popular convertida este año en un acto de catarsis colectiva para olvidar los efectos de la crisis a golpe de tomate.

Esta guerra a tomatazos que se inició hace 67 años como un juego de jóvenes del pueblo concita cada vez una mayor atención en todo el mundo.

Los participantes europeos y asiáticos ya son parte habitual de este cuadro de tonos rojos, que este año recibió a visitantes de Australia, Brasil, Argentina o Letonia, entre otros muchos.

Los preparativos de este ritual, que se celebra el último miércoles de agosto, comenzaron ayer al atardecer con una maratón de fiestas, bailes y conciertos prolongado hasta el amanecer por los contendientes.

Después una tregua en reposo latente; último acopio de fuerzas sobre el césped de los parques o en el interior de sacos de dormir extendidos en plena calle a la espera de los camiones cargados de 120 toneladas de tomates que situaron a Buñol en el mapa de los festejos de Interés Turístico Internacional hace diez años.

Los convocados a este acto de purificación tomatera soportaron el calor y la expectación de las horas previas entre los puestos de bebida, comida y ropa que surgen en las calles de este pueblo de la costa mediterránea, tomadas también por oportunistas vendedores de gafas de buceo: la protección oficial contra los ácidos del tomate.

El uniforme mayoritario, al menos entre los que conocen de qué va este asunto, lo componen camiseta blanca y pantalón corto o bañador escogido con previsión de un posterior uso para trapos o depósito en el contenedor más próximo.

A medida que se acercaba la hora del lanzamiento tomatero, la estrecha calle por la que circulan los camiones entre miles de personas estaba repleta de sonrisas impacientes y caras asustadas ante el poco espacio a compartir por gente, vehículos de gran tonelaje y hortalizas.

A las once en punto, sonó el disparo de cohete que anuncia el estallido de la contienda, y entonces el centro histórico de casas blancas se transforma en un desastre rojo.

Los cinco camiones cargados de proyectiles irrumpieron en la calle comprimiendo los espacios, aumentando nervios y ansiedad. Ya no hay amigos ni compañeros, solo objetivos en un campo de alcance de media distancia sobre los que estrellar un tomate, impacto del que nadie escapa.

En España, que enfrenta una de las mayores crisis económicas que recuerda la historia, este ejercicio de locura colectiva se reveló  como un acto de catarsis popular, en el que jóvenes y mayores hicieron lo posible por regenerar un espíritu machacado por tanta noticia negativa de mercados y estrechez monetaria.

Esta efímera liberación fue grabada, fotografiada y escrita por medio centenar de medios de comunicación procedentes de Japón -participaron unos 4.000 jóvenes de este país-, Australia, China, Corea, Alemania o Francia, entre otros muchos.

La "guerra mundial del tomate" cesó sesenta minutos después con otro disparo de pólvora que poco a poco fue revelando el estanque de salsa triturada en el que quedó convertido el pueblo y que se evaporará en pocas horas gracias a los vecinos y a los servicios municipales de limpieza.

"Nos lo habían contado mil veces pero hasta que no lo vives no te das cuenta de lo increíble que es", coincidieron jóvenes australianos y japoneses en declaraciones a Efe.

Todos aseguraron que repetirán, e invitarán a sus compatriotas a compartir esta experiencia.

Entre los visitantes, un joven mexicano reconoció el momento de "verdadero agobio" que se vive cuando pasan los camiones y te estrujan contra gente y pared.

"¡Pero pasa pronto, y sigue la fiesta!", celebró con satisfacción.

Los participantes marcharon al río y a las duchas portátiles para despojarse de los restos de tomate. Toca volver a mirar a la realidad, pero al menos hoy, muchos lo harán a través de una lente de color rojo.

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